jueves, 27 de junio de 2013

Impotencia (De Cisa)







Las mentes oprimen
su botón de STOP

La Nación contiene el aliento
y regresa a La Fé
Habrá llantos y
rechinar de dientes

La Nación se juega la vida
con veintidós huérfanos corriendo
sobre el pasto

¡Viva! ¡Muera!

Algunos miles de necios
estremeciéndose.
Ignorando que LA ÚLTIMA
PALOMA BLANCA
está por volar
en los cielos
de
Pretoria

Cisa
26/06/13
 
 
 
A veces, nos bastan los poemas de otros para expresar lo que sentimos.
 

martes, 28 de febrero de 2012

Magia de violoncellos





Los vídeos no son míos pero visto que estaban en youtube parto de la base que son del dominio público y que no hay problema en que sean compartidos.

No recuerdo quien me hizo escuchar Apocalyptica por primera vez, si fue Ciro o Guzmán mi profesor de guitarra. Lo que sí recuerdo es que muchos prejuicios se me fueron ese día mientras oía aquellos temas de Metallica deliciosamente ejecutados por un cuarteto de violoncellos. En medio de cierta moda que despertaron en Uruguay, a principios de la década del 2000 me hice con sus primeros dos discos. Tiempo después me enteré que habían sacado un tercer álbum, pero mis prioridades musicales iban en otras direcciones, no me interesé por conseguirlo ni seguí demasiado la carrera de este conjunto finlandés.

Sin embargo cuando me enteré que Apocalyptica iba a tocar en Montevideo no lo dudamos demasiado con mi novia, compramos las entradas y rápidamente me dediqué a investigar sobre el grupo para escribir un artículo al respecto en “La Diaria”; la ocasión lo ameritaba.

Los cuatros integrantes de Apocalyptica no sólo demostraron ser muy buenos músicos sino tener el carisma y el dominio escénico necesario para hacer de un concierto una noche memorable. Nunca he tenido un cello entre mis manos y menos aún he tocado uno, pero debe requerirse un muy buen dominio del instrumento para agarrarlo como si fuera una guitarra eléctrica y tocarlo con total naturalidad. Sin embargo esta decisión escénica resulta importante para que se puedan cumplir con los requisitos visuales que exige un concierto de metal.

Tipe Johnson entró y salió de escena aportando su voz y carisma cada vez que fue necesario. Resulta curioso pero a la vez loable lo bien que parecía aceptar dicho vocalista, siendo un apoyo que la banda necesitaba para interpretar temas que originalmente él no había cantado. Algo bastante extraño considerando que el ego suele ser uno de los principales motores detrás de la creación artística.

Otro aspecto que me llamó la atención es la cantidad de covers de Metallica que hicieron. Supongo que un poco se debe a que son temas muy conocidos, que deben funcionar muy bien en vivo y que permiten otra interacción con el público como el hecho de que canten la letra a coro. También pueda deberse a que saben que la mayoría de nosotros no hemos visto a Metallica en vivo y posiblemente aquella noche sea lo más cercano que estemos a ello.

Una noche de contrastes musicales que tuvo momentos del más puro heavy metal con otros dignos de una gala de música clásica, todos igualmente disfrutables. Sin embargo hubo uno en particular que me quedó grabado en particular, el solo de Perttu Kivilaakso; con una magia tan íntima que parecía estar tocando en una de las tertulias de la pluma azul.

lunes, 5 de septiembre de 2011

La espada Sabaela, segunda parte



No todos los elfos murieron en el hundimiento de Elfadea. Unos pocos cientos, pudieron llegar a los pocos barcos que quedaban en condiciones y resistir los duros vientos.

Virdriel era hija de un elfo y una mujer. Tales mezclas ocasionaban extrañas variaciones en el proceso de envejecimiento. A pesar de sus cuatrocientos años, mantenía un poco común, aspecto aniñado.

La nave de Virdriel era una de las escasas que pudo perdurar la tempestad durante los tres días. En un impulso, la media-elfa se dirigió a la proa y gritó a Nefoljé.

  • ¿No es ya suficiente?

    Inescrutable resulta el corazón de los dioses. Por alguna razón, la elfa había conmovido al señor de los mares. El cielo se despejó, las aguas se aquietaron. Los barcos pudieron llegar a tierra firme.

    Los elfos se establecieron en un bosque relativamente alejado de la costa. La civilización que construyeron fue mucho más humilde que la anterior. El temor a una nueva ira divina los hizo conformarse con poco. Existía, también una importante limitación práctica. Casi todos sus sabios había perecido bajo las olas y con ellos muchos de sus conocimientos.

    Como ni Pavlas ni Luzdräen habían dejado herederos, decidieron que lo más justo era nombra a Virdriel como Reina. El modesto reino de los elfos, seguía rigurosos rituales para mantener aplacados a los dioses y poder subsistir.

    Santa Sofía, se las arregló para ocultar su embarazo frente a su familia. Durante los festejos de la primavera, dio a luz en el bosque de los elfos a un niño que llamaron Igolas.

    La propia Virdriel, llegó a plantearse que el hijo de la diosa, era más digno de reinar que ella. Pero Santa Sofía la convenció de que lo mejor era que su hijo mantuviera un perfil bajo para no llamar la atención de los otros dioses.

    Cuando Igolas alcanzó la mayoría de edad, su madre le regaló la espada Sabaela.

    Sin la hegemonía de los elfos, la guerra entre los hombres se volvió endémica. El reino de Flörtrien consideraba que había llegado su momento, pero Gaditaña, pronto significo una amenaza para sus intereses. Como si esto fuera poco, a los pocos siglos, los dioses consintieron en re emerger la isla de Elfadea, donde prosperó el reino humano Paidea, que se tornó un tercero en la discordia.

    Cansados de la guerra, cada vez más hombres decidieron asentarse junto a los elfos. De las entrañas del bosque fue emergiendo una ciudad que convivía en armonía con los árboles. Nadie sabe a ciencia cierta como, pero recibió el nombre de Escorpia. Casi sin quererlo, por necesidad, fue expandiendo sus fronteras.

    Virdriel no llegó a reinar doscientos cincuenta años. Nunca se adaptó a su nuevo país y de a poco la consumió la tristeza. Cuando murió parecía una niña vieja. Su sucesor fue Maguelas, uno de los alumnos predilectos, de Tincol el hermoso.

Al revés que Virdriel, Maguelas tomó una política externa más activa. Aunque no siempre lo lograba, intentaba mediar para lograr la paz entre los diversos reinos.


Llegó el día que queriendo evitar una nueva guerra, decidió enviar un embajador a Flörtrien. Debía ser alguien cuya sola presencia impusiera respeto, capaz de convencer y suficientemente sabio para entender el punto de vista del otro. Existía alguien así, en Escorpia: Igolas.


El embajador partió en su misión. Un largo camino se interponía entre su país y Flörtrien. Quizás el punto más peligroso del viaje fuera un pasaje entre las montañas. No sólo era riesgoso por el paisaje, también porque Diopamedes acostumbraba a matar su aburrimiento, humillando e hiriendo a quienes pasaban por allí. Evidentemente, quien viene a negociar la paz, nunca será del agrado del dios de la guerra.


Una armadura gigante, sin piel ni rostro que la sustentaran, se le apareció a Igolas.


  • Yo soy Diopamedes, señor de la guerra. Eres libre de elegir, forastero. O me entregas todo ropaje y arma, volviendo por donde has venido o me enfrentas con ilusa esperanza, de que continuaras tu camino.


Seguramente el dios no reconoció a la espada. Pero Sabaela sí reconoció a Diopamedes y dio valor al elfo. El hijo de Santa Sofía no dudó, cargó dispuesto a matar. Sorprendido, el señor de la guerra se hizo a un lado, pero al rotar pudo golpearlo con su descomunal puño, tan fuerte como una avalancha.

Igolas cayó al suelo, ya sin vida. Diopamedes, no vio o no le interesó, la espada que había quedado clavada en la tierra.


Para regocijo del dios, se desató la guerra. Lo que no se daba cuenta es que cada vez que los hombres acudían a las armas, Escorpia se hacía más fuerte. Y con ella, los plantes de venganza que Santa Sofía lentamente tejía. Con igual lentitud, crecía en torno a Sabaela un rosedal

viernes, 26 de agosto de 2011

La espada Sabaela, primera parte



Para Cisa que le gustan mis cuentos de hadas.

Después de haber experimentado con los humanos, los dioses hicieron a los elfos a su imagen y semejanza. Quien nosotros conocemos como Santa Sofía no participó en la creación, era todavía muy niña como para dominar el arte de transformar en algo vivo la inerte tierra que se moldea entre las manos.


Más que vida creada de sus propios dedos, los elfos fueron compañeros de juegos y amigos para la diosa niña. Es lógico, los otros dioses eran ya adultos y con poca paciencia para los niños. Por aquel entonces, el mundo era un lugar nuevo, los colores tenían otra fuerza. Cada amanecer y puesta del sol parecía una fiesta de la naturaleza.


Los elfos se instalaron en una isla conocida como Elfadea. Construyeron una delicada civilización, donde cada edificio era una obra de arte, la música era dulce, los poemas emocionaban, las esculturas un deleite. Llevaron a tal refinamiento la ciencia de criar caballos que les crecieron hermosas alas con las que surcaban los cielos. Mientras sus naves en forma de cisne, llegaban hasta los confines del mundo.


A medida que fueron necesitando, organizaron un gobierno. Eligieron como su Rey a Pavlas, quien tenía un sólido sentido de la justicia.


Pero el mejor amigo de Santa Sofía era Tincol el hermoso. Tal vez el vínculo tan especial se debía a que él era el más joven de los elfos creados por los dioses y ella la menor de los dioses. Un día estaban conversando de la creación y la transformación de la materia. Santa Sofía tomó carbón, un poco de piedra y lo desafió a que creara algo realmente bello. Tincol que era un artista nato para todo lo que requiriera destreza con las manos, hizo una singular espada a la que bautizó como Sabaela.


En aquellos tiempos, Sabaela no fue considerada una espada mágica pero sí una pieza muy refinada. Santa Sofía admiró la calidad con la que estaba hecha, pero las armas no iban con ella, así que sugirió que se la regalara a su Rey. Pavlas llevó a Sabaela en su cinto por el resto de los milenios en los que reinó.


Todo llega a su fin, incluso para los elfos. Los dioses estaban cada vez más preocupados por los conocimientos que día tras día adquirían sus creaciones. Temían que llegado el momento los derrocaran como ellos habían expulsados a los monstruos que dominaban la tierra en el inicio de los tiempos. La paciencia de los divina se acabó cuando un Rey humano, optó por no realizar los sacrificios exigidos ese año, debido a que la cosecha había sido especialmente magra. Como era de esperar, la peste asoló rápidamente el reino. Sin embargo este Rey cuyo nombre la historia ha olvidado, pidió ayuda a Pavlas. Rápidamente una delegación de elfos llegó al lugar con pócimas que curaban la enfermedad.


De todos los reinos humanos, el más poderoso y el único que podía rivalizar relativamente con los elfos, era Flörtrien. Todos los dioses, salvo Santa Sofía, llenaron de envidia el corazón de dicho Rey.


Días después una numerosa delegación de éste reino se apareció en la corte de Pavlas. Las conversaciones fueron distendidas y animadas. Sorpresivamente los hombres sacaron sus espadas y asesinaron a cuantos elfos pudieron, entre ellos a Pavlas. Uno de los principales objetivos era Luzdräen, la hija del Rey, pero gracias al valor de Maidelas, un elfo todavía joven, la princesa salvó su vida. El coraje de Maidelas, tenía su motivación, estaba secretamente enamorado de Luzdräen.


Pronto los elfos contuvieron la situación y pudieron enterrar a su Rey, mientras pensaban quien sería su sucesor. Por primera vez y quizás única, decidieron seguir el ejemplo humano y nombrar Reina a Luzdräen. Ella no se consideraba una princesa, ya que se suponía que su padre gobernaría por siempre. Su sentido del deber pudo más que su miedo y aceptó. A pesar de que su corazón era puro y mostró sobrada inteligencia, algunas veces se extrañaba la sabiduría que su padre había acumulado. El primer acto de la flamante Reina, fue entregarle Sabaela a Maidelas, en agradecimiento a su valentía.


El reinado de Luzdräen, no llegó a los cuatrocientos años. Los dioses indignados por lo rápido que los elfos se habían recuperado, decidieron hundir la isla de Elfadea y destruir la civilización elfica de una vez y para siempre. Para sorpresa divina, Elfadea resistió durante tres agónicas semanas, gracias a tales tecnologías que fácilmente se confundían con magia. Cuando todo parecía perdido, diez mil hombres de la isla de Gaditaña llegaron a reforzar las defensas de Elfadea.


Santa Sofía, divida entre sus parientes los dioses y el amor que sentía por los elfos, vivió con angustia la guerra. Tan sólo pudo colarse una noche especialmente oscura dentro de Elfadea. El encuentro con Tincol fue por de más difícil, ya nada de alegría quedaba en su compañero. Un impulso dominó al elfo cuando fueron a despedirse. El beso no se dirigió a la mejilla sino a la boca de la diosa, ella le respondió con otro, se abalanzaron a una cama y ahí desataron pasiones largamente contenidas.


Tincol, se negó a ir con Santa Sofía. Dijo que si su mundo perecía, él debía morir también. Ella se marcho sabiendo que sería la última vez que se verían, pero aún ignorando lo que ya se estaba gestando en su vientre.


Los mares fueron tragando poco a poco a Elfadea. Cada ola era una marea de cadáveres. Tan sólo el enorme palacio real resistía. Diopamedes, dios de la guerra, tenía la intención de matar con sus propias manos a la Reina. Un trueno quemó las puertas del palacio. Todos reconocieron aquella armadura como la noche más oscura. Luzdräen y una pequeña comitiva huyeron por las escaleras de la torre mayor.


Pero no Maidelas. Sabaela en mano, el elfo envistió contra el dios. Increíblemente no sólo lo hirió, sino que dejó la espada incrustada en la pared. Diopamedes rió con arrogancia, pero comenzó a preocuparse cuando vio que no podía quitarse la espada ni pasar a través de ella. Eso ni impidió que extendiera su brazos y de un rápido movimiento ahorcara al elfo. El sacrificio de Maidelas no sirvió de mucho, Luzdräen murió ahogada poco tiempo después, cuando el mar se tragó la torre y con ella lo que quedaba de Elfadea.


Tres días tardaron las aguas en calmarse. Nefoljé, dios de los mares encontró a Sabaela.

  • Creo que esto te pertenece ahora.

  • Le dijo a Santa Sofía.




domingo, 7 de agosto de 2011

La ratonera (un amor trágico)






Claudio:¿Te has enterado bien del asunto? ¿Tiene algo que sea de mal ejemplo?

Hamlet:No, señor, no. Si todo ello es mera ficción, un veneno..., fingido; pero mal ejemplo, ¡qué! No señor.”
(Hamlet, Acto IV, Escena XIII)


Esta es la trágica historia de amor entre una mujer llamada Salmonela y un hombre conocido como Lucrecio. No voy a decir que se trató de amor a primera vista porque además de ser un clisé poco creíble hoy en día, sería faltar a la realidad. Lo cierto es que se fueron conociendo poco a poco y así fueron descubriendo que tenían muchas cosas en común como que la compañía del otro les era en extremo agradable. Si la pareja tardó un poco en concretarse, fue principalmente porque ambos eran bastante come mocos. Por suerte una noche, el alcohol les quitó unas cuantas inhibiciones y finalmente se animaron a confesarse mutuamente sus sentimientos.

Los novios fueron recibidos con alegría tanto por los amigos de él como de ella, cabe aclarar que por aquel entonces no tenían amigos en común. Tampoco voy a afirmar que todo entre ellos era vino y rosas. Tenían sus dificultades como más o menos toda pareja, pero a su favor tenían algo muy importante, la sinceridad para hablar, aclarar las cosas y solucionar los problemas que se iban presentando. La casi idílica luna de miel, duró hasta una reunión en la casa de unos amigos de Salmonela. Resulta que luego de almorzar, ella decidió a tomar una banana a manera de postre, a lo que Lucrecio comentó en tono jocosamente libidinoso:

  • ¡Ah! Así que te gusta comerte la banana.

    Se trató de una broma de dudoso gusto, pero ella respondió con una sonrisa. El hecho es que al resto de los presentes les cayó muy mal el chiste y comenzaron a cuchichear entre ellos que Lucrecio era un pervertido y que únicamente pensaba en sexo.

    La pareja prácticamente olvidó aquel comentario, pero los otros asistentes de la reunión tuvieron durante meses terribles pesadillas con enormes y diversos objetos de claras connotaciones falicas y la omnipresente voz de Lucrecio repitiendo hasta el hartazgo:

  • Así que te gusta comerte la banana, comerte la banana, comerte la banana...

    El grupo de amigos continuó reuniéndose con regularidad, salvo que ya no hacían extensiva la invitación a Lucrecio. La asistencia de Salmonela, se tornó más esporádica, a veces prefería hacer otros planes con su novio, alguna vez, iba casi por obligación y las menos, concurría porque quería. De todas formas, siempre se sentía un tanto incómoda con ellos, por más que seguía queriendo muchísimo a sus amigos, no podía disfrutar completamente sabiendo que tenían tan bajo concepto de la persona que más le importaba en el mundo.

    La consecuencia lógica de este asunto fue que comenzaron a frecuentar más a menudo a los amigos de Lucrecio y hacer proyectos con ellos. Estos tenían en mucha estima a Salmonela, lo cual era claramente mutuo. La barra de Lucrecio era macanuda pero bastante más descontracturada y excéntrica que la de su novia. Solían consumir cantidades industriales de alcohol, marihuana, la mayoría eran fanáticos del hentai y tenían un sentido del humor escatológico. Aunque quien irritaba realmente a Salmonela, era Fernando, un muchacho encantador a quien ella le tenía cariño. Pero resulta que era el único hombre en todo el mundo al que le gustaba Ricardo Arjona y había que aguantarlo cantando temas del cantautor hiriendo su preciada sensibilidad rockera.

    Otra persona que colmaba la paciencia de Salmonela, era la ex de Lucrecio. El problema no es que fuera la ex de su novio, prácticamente todo adulto tiene hoy por hoy, uno o más ex. Tampoco es que se llevaran mal, a decir verdad tenían una buena relación, el problema es que era cantante y se le había metido en la cabeza que Salmonela tenía un increíble talento natural para cantar, por consiguiente la invitaba para ser parte de sus espectáculos. Al principio disfrutaba bastante de los ensayos y los conciertos, pero con el tiempo se fue hartando de semejante tren de trabajo y de las exigencias cada vez mayores que cargaban sobre sus espaldas.

    A todo esto, los amigos de Salmonela se dieron cuenta, que su mera presencia ya les hacía acordar a Lucrecio y el abominable episodio de la banana. Comenzaron por no invitarla más a ninguna salida. Luego fueron declinando las invitaciones de ella, cada vez con más frecuencia , escudándose en excusas gradualmente menos creíbles. Por supuesto que esto fue minando sus ánimos y su autoconfianza, comenzó a tener claros síntomas depresivos. Los cuidados y preocupaciones de su novio, sólo sirvieron para enlentecer las cosas pero no para evitarlas.

    Una noche de viernes, los amigos de Lucrecio organizaron una reunión que prometía ser especialmente divertida. Media hora antes de salir, Salmonela, avisó que no iba ir, él dijo entonces que si ella no iba, tampoco iría, pero le respondió que fuera, que bastante veces se había él quedado en casa porque ella no quería salir. Antes la insistencia y preguntas, se limitó a contestarle.

  • Tus amigos son re bien, pero me hacen acordar a los mios y los extraño...

    Con un mal pálpito en la garganta, la dejó sola. El asado y la cerveza lo ayudaron a olvidar aquella desagradable sensación. Cuando regresó tarde en la noche, encontró a Salmonela en la cama, estaba fría, con blisters vacíos de diversas pastillas en la la mesa de luz y una nota que decía:

    Amado Lucrecio:

    Sos lo mejor que me pasó en mi vida, te amo y si hay alguna clase de vida después de la muerte, sé que te seguiré amando desde allá. El problema es que ya no puedo seguir viviendo, no soporto más sentirme una paria frente a mis propios amigos. Tampoco soporto un segundo más del “Minuto” de Arjona, ni que Calpurnia sufra ataques de esquizofrenia catatónica cada vez que desafino media coma (bien sabés que cantar es lo último que quiero), ni en una cueva afgana podré escapar de eso.

    Esta es la única salida posible.

    Espero que sepas perdonarme:

    Te amo

    Salmonela.

    P.D: por favor, decile a mis amigos que a pesar de todo, los quiero y los seguiré queriendo en el otro mundo.

    Destrozado, hizo todos los arreglos correspondientes a la muerte, hacer declaraciones policiales, firmar los papeles de la funeraria y avisar por diversos medios a amigos y allegados. Nadie perteneciente al circulo de amistades de la fallecida se apareció en el velorio, tampoco fueron a visitar su tumba en los meses siguientes, temían cruzarse con un ser tan asqueroso y denesnable como Lucrecio, temían volver a vivir en su memoria el pavoroso episodio de la banana.

    Pese a todas las precauciones, se lo terminaron cruzando. Lo vieron medio año después, una tarde poco antes de que anocheciera, del otro lado de la acera. Era las ruinas del hombre que alguna vez fue, caminaba arrastrando los pies, su espalda estaba tan encorbada que parecía soportar toneladas. Uno de ellos lo señaló:

  • ¡Hijo de puta! ¡Por su culpa se suicidó Salmonela!

    Lo más conveniente para la fluidez de este relato, es ahorrar detalles respecto a la soberbia paliza que le proporcionaron. Los múltiples puntapíes en la cabeza le causaron graves lesiones cerebrales. Desde entonces Lucrecio permanece en una sala de hospital, hecho un vegetal. Por supuesto que los agresores fueron llevados a la justicia, pero el expediente judicial se perdió en alguna oficina y ninguno de ellos pasó más de una semana tras las rejas.

sábado, 25 de junio de 2011

La dama del hielo


Cuento de hadas que escribí en 2001. La ilustración es de Victoria Francés.

Los caballos estaban cansados, resoplaban, sus trotes era pesados y entreverados. El cielo se oscurecía, tornado lentamente el gris en negro.

La pareja huía del sol que se ponía, como del ejército del siniestro Rey que los perseguía. Emado y Virinia pararon en un cementerio, se acostaron sobre la base de un mausoleo.

  • Estaremos seguros aquí, nadie busca a los vivos entre los muertos.

  • Lo que sea, mañana por estas horas estaremos en Maslasia y ya no temeremos más.

Soñaron sueños de esperanza, cuando el frío de la noche o la dureza del mármol no los llamaban a la vigilia.

El sol del invierno despertó a Emado, sus ojos se despabilaron y a la luz se acostumbraron, no dieron crédito al horror que veían. Dentro de un perfecto prisma de hielo, se encontraba su amada Virinia. Con solo contemplar tan morboso espectáculo, su corazón se congelaba al mismo ritmo con el que cual sentía que su propia vida se le iba. Tanto amor, tantos sueños que confluían en un solo sueño, todo un pasado y el futuro bajo una frío, inhumano e inexplicable hielo.

Su primera reacción fue romper el hielo con su espada, pero no importaba cuanto rompía, se reconstruía. Las esperanzas de que se derritiera, se fueron desvaneciendo, como la agonía de una enfermedad va terminando con una vida.

Vinieron románticas primaveras, calurosos veranos, tristes otoños y helados inviernos, cada uno teñido con un tono de desesperanza más amargo que el anterior.

Emado consultó científicos, hechiceros, brujos de las más extrañas creencias. Leyó el libro de las profecías y aunque reconoció a su amada en uno de los cantos, no pudo comprender como ni cuando terminarían sus penas.

Finalmente se resigno a llorar frente al hielo que tenía prisionero a su amor. Así perdió todo cuidado de si mismo, su aspecto se fue deteriorando. Sus fuertes carnes, dieron lugar a los frágiles huesos, causados por el hambre de quien no quiere comer.

Un día, llego con el sol tan numeroso ejército que la tierra temblaba a su paso. Estaba liderado por un hombre de largas caballeras, dignas de los antiguos emperadores. Montaba el caballo a pelo y con el torso desnudo, mostrando la fuerza de quien no le teme a los crudos inviernos de aquella inhóspita tierra.

  • Salud noble hombre, que llora por amor.

  • ¿Eres tu el glorioso reconquistador quien volverá a unir las tierras reas? ¿O eres Madek mi viejo compañero de armas?

  • Soy ambos a la vez. Pero si tu eres Emado, ella es...

Con una ira tan grande como la gloria al la que esta destinado, el reconquistador, enterró su espada en la estatua del mausoleo. Un grito se escucho desde las extrañas del infierno y un terremoto rompió el hielo que a Virinia inmovilizaba.

Así se cumplió la más espectacular de las profecías sobre el reconquistador. Los mezquinos reyes que sometían la tierra, empezaron a temblar al escuchar su nombre.



martes, 14 de junio de 2011

Tres borrachos


Los tres borrachos en cuestión con el Franchute, esta foto también es de Floresta, aunque de una salida más feliz.

- ¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta!

Gritabamos los tres a coro, intentando afinar y manteniendo a duras penas un patrón rítmico. Krosty hacía las veces de maestro de ceremonias.

-San Cayetano, te pedí una mano y no me la diste.

-¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta!

La rambla de la Floresta estaba desierta, a no ser por nosotros que blasfemábamos la noche con nuestros cantos. Hacía frío y viento como en cualquier lado de la costa uruguaya una vez que se ha retirado el verano.

-Santa Catalina, te pedí una mina y no me la diste.

-¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta!

Como trío deberíamos vernos bastante caricaturescos, Ciro el más alto y desgarbado de los tres, posiblemente el más borracho, caminando como si su altura conspirara para poder mantenerse en pie. Krosty y yo aproximadamente de la misma estatura y similar grado de ebriedad, aunque el alcohol nos despertara distintas facetas. Fue hace diez años, ya. Hacíamos lo que mejor podían hacer unos adolescentes conscientes de que se le está terminando la adolescencia. Unas horas antes, o quizás la noche anterior, Ciro y yo habíamos descubierto que no teníamos nada en común con el resto de nuestros amigos con los que habíamos ido a Floresta y cualquier excusa nos era buena para apartarnos e intentar alejarnos de los enormes conventillos que se estaban armando. Caía la noche cuando nos cruzamos con Krosty, había hecho un sorpresivo cambio de planes y decidió tomarse el fin de semana fuera de Montevideo. Más que como a un amigo lo recibimos como a un salvador, quien hizo que la salida valiera la pena.
Una casa me llamó la atención, quizás era que estuviera más alta que el resto o el caminito de piedra que invitaba a pasar. Llegué hasta la puerta y la señalé.

- Va... vamos a tocar timbre a... a ver si hay al... alguna mina que encare.

Quedamos un momento quietos, sin saber que hacer. Más que mano, fue la manopla de Krosty, embrutecida por el alcohol la que golpeó el timbre. Del otro lado se dejó oír la cacofónica respuesta. Nos miramos un instante y salimos corriendo, corrimos. Corrimos a más no poder, como aquella vez que saliendo de la casa del Negro nos persiguieron una manada de planchas por media Rambla Pocitos. Corrí, como unos meses antes lo había hecho borracho y desnudo frente a una cámara porque habíamos querido imitar un videclip de moda por aquellos tiempos. Corrimos y ya no importó la borrachera, el alcohol era el combustible que nos mantenía caliente las mejillas. Corrimos y nos olvidamos por un instante de la Floresta, el Franchute, el Queso Acevedo y el Coqui Giró. Corrimos y fue como que nuestros pie nos fueron despojando del suelo para elevarnos a otro lugar. Corrimos y había música por donde pisábamos.