miércoles, 11 de noviembre de 2009

El arte de Hajime Sorayama




Escribí este texto en el 2006, como parte de un parcial de Literatura Moderna y Contemporánea, materia impartida por Washington Benavides, en la Facultad de Humanidades. Decidí compartirlo con ustedes, porque me sigo identificando con la reflexión que hice en aquel momento y para darle algo que roer a mis pocos pero fieles seguidores del blog.

No me sorprendió en lo absoluto que Hajime Sorayama, un nombre claramente japonés, estuviera detrás de aquella serie de dibujos que conocía a través de tapas de cuadernos y algunos afiches publicitarios. Creo que dentro de mí lo sabía desde siempre, los japoneses tienen una fascinación inexplicable por todo artilugio mecánico, que los ha llevado a intentar replicar en metal y electrónica cualquier criatura existente en la naturaleza. Quizás se deba a la tradición artística japonesa, mientras el arte grecolatino se basa en una completa mimesis, la nipona siempre ha tenido un mayor grado de estilización de la realidad, piénsese en el pesado maquillaje de las geishas, las deformaciones de la figura humana, marca de fábrica del anime. El artista japonés pretende vivir en un mundo artificial creado por él y regido por convenciones estéticas que superen a las de la naturaleza, superar a Dios en el más divino de los lenguajes, la belleza.
Hay algo más, Japón es en muchos aspectos, el colmo de occidente, la modernidad y el progreso llevados a sus abominables extremos. En una sociedad de ciudades enormes, saturada de medios de comunicación, el sujeto importa solamente en su dimensión laboral y posé escasas oportunidades de sociabilización. Se llega a la paradoja de necesitar del otro pero a su vez estar tan ensimismados en si mismo que es imposible negociar con otro que no sea una duplicación de si mismo. Un compañero que brinde compañía pero sin embargo no moleste, no nos saque de la comodidad de estar solos y vivir a nuestro capricho. Una maquina como compañía afectiva, deja de ser una idea absurda, para volverse una solución viable. Hablamos de la sociedad que inventó a los AIBO (robots en forma de perro), que suponemos debe ser tan juguetón como uno real pero sin los inconvenientes de tener que alimentarlo y limpiar sus heces. Del país donde las love-pillows (1) son más populares y se ha implementado la práctica del enjo kosai,(2) lo que quizás sea una versión moderna de las geishas. Relaciones en las cuales el otro jamás demande nada por que no se está dispuesto a afrontar el lado engorroso que toda relación comprometida inevitablemente va a tener. Cómo dije anteriormente, Japón ha llevado los postulados modernos a su absurdo, pero las sociedades modernas muestran signos del mismo comportamiento aunque en menor grado, uno de los factores del éxito de series como “Seinfield” y “Sex and the City” se basa en el realismo con el que retratan las relaciones de pareja modernas. Basta sencillamente con escuchar lo que la gente pretende de una hipotética pareja y las cosas que no está dispuesta a tolerar, como para darse cuenta la poca capacidad de negociación que se tiene frente al otro, las trampas que se hacen para huirle al compromiso.
La historia de un hombre que se enamora de una autómata no trata de un engaño o de alguien con un extraña sensibilidad, sino de un personaje tan ensimismado que no puede enamorarse de otro persona, solamente puedo hacerlo con un objeto que esté a su servicio. El deseo de un compañero-sirviente, que no nos cuestione y con quien no tengamos que negociar, no es nuevo, las fantasías con mucamas y enfermeras son un clisé desde por lo menos las pin-up girls de los años 50’, aunque ya puede verse en relatos eróticos anteriores. Desde una perspectiva actual el amor hacia una autómata puede verse de dos formas contradictorias pero paradójicamente no excluyentes. Por un lado la opresión machista que sufrían las mujeres y en menor grado todavía sufren, convirtiéndolas en autómatas y por extensión el yugo de una sociedad que automatiza a las personas. Desde otra perspectiva (más contemporánea) es la reacción masculina frente a la liberalización de la mujer que ya deja de ser su sirviente.
El arte de Hajime Sorayama es un erotismo del aislamiento, de la automatización, de la más terrible de las soledades, aquella en la que a pesar de necesitar del otro, no es posible tolerarlo.

1) Almohadillas con un agujero que simulan una vulva.
2) Practica que conciste en pagarle a jóvenes estudiantes de secundaria como compañía para salir, sin que en la mayoría de los casos implique alguna clase de contacto sexual.

1 comentario:

  1. es la mujer como objeto, pero muchas veces los objetos pueden ser peligrosos, muchos casos en la ciencia ficción establecen que pasaría se se violaran los preceptos de las 3 leyes de la robótica
    de todas manera felicitaciones que sus escritos lleguen a tan buen puerto

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