jueves, 5 de noviembre de 2009

La belleza no es cosa inocente

Como si se tratara de una película gringa para adolescentes y estereotipada, en mi colegio había gente popular y había losers. Por supuesto que la realidad es siempre más compleja. En los seis años que dura el liceo y los dos últimos años de la escuela donde se van perfilando esas cosas, ocurren muchos cambios, hubo gente con la habilidad de mantenerse en un curioso equilibrio, gente que migró de un grupo a otro, de hecho ni siquiera se puede hablar de que fueran dos bloques compactos y homogéneos. Pero para no volver locos a los lectores, se puede acordar que sí, que en líneas generales había dos grandes grupos que eran los populares y los losers. ¿Adivinaron? Yo era un loser.
Lo que sí no voy a caer en la pelotudés de decir que todos los populares eran unos engreídos mala gente y los losers eramos unas personas maravillosas. Al momento de la verdad, varios de estos losers no resultaron ser los amigos que yo creía. Respecto a los populares, no tuve mucha relación con ellos, así que sería injusto juzgarlos tan a la ligera. Algunos me dejaron la sensación de que eran buenas personas, otros unos giles incorregibles y muchos unos pendejos que iban a un colegio cheto de Pocitos, exactamente igual que mis amigos y yo, sólo que la pendejada la demostraban de otra forma y por eso no eramos demasiado compatibles.
Como era de esperarse, mientras los populares se organizaban en barras de amigos numerosas y mixtas, los losers andábamos en grupos más bien chicos y divididos según el sexo. Eso fue hasta mediados de segundo de liceo, porque entonces a la profesora de Idioma Español se le ocurrió que debíamos sentarnos por orden alfabético. Yo estaba enfurecido, no sólo iba a tener que despegarme de mis amigotes, sino que me iba a tocar sentarme al lado de Giannina que para mi debía ser la chica más insulsa y aburrida de la clase. Claro que si me hubiera tocado al lado de una popular, hubiera sentido que tocaba el cielo con las manos y hubiera escrito una carta al Papa pidiendo la pronta canonización de la profesora, pero no, me tocó con Giannina. Tampoco creo que a ella le haya hecho mucha gracia sentarse al lado de un gil de goma como yo. Lo gracioso es que con el paso de los meses nos volvimos muy buenos amigos y lo seguimos siendo hasta ahora.
Entonces se acercaba fin de año y el campamento que suele hacerse por Octubre o Noviembre, antes de que terminen las clases cuando se puede aprovechar bien el tiempo lindo. Era tradición que en los campamentos funcionábamos en grupos de más o menos doce personas para poder facilitar las tareas como preparar la comida y participar en alguna competencia. Los grupos se estaban comenzando a organizar y yo no quería pasar el bochorno del año anterior de ser parte de un grupo enteramente masculino, así que me armé de coraje (era un adolescente un tanto tímido y dubitativo) y le propuse Giannina juntar unos amigas de ella y unos amigos míos para hacer un grupo de campamento, ella aceptó en seguida. Supongo que en mi imaginación todas sus amigas iban a estar encantadas de ir al campamento con nosotros y todos mis amigos iban a ser felices de ir al campamento con estas chicas. Hay que reconocer que las gurisas fueron bastante macanudas desde el principio, pero los chicos pusieron bastante resistencia, en especial Agustín. Agustín era por aquel entonces mi mejor amigo, pero visto desde ahora era medio papanata, tenía una mala onda en general en la reuniones del grupo. En un momento me tenía tan harto que me lo llevé aparte y le pregunté:
-Vo ¿Qué problema tenés con las muchachas?
-Qué son feas.
-No te estoy pidiendo que te cases con ninguna de ellas, sólo te pido que vayas a un campamento de tres días con ellas.
La discusión terminó ahí, no porque se la hubiera ganado sino porque llegamos a un punto muerto. Para él era inadmisible mezclarse con chicas feas, yo no veía que podía haber de malo en pasar un campamento con chiquilinas que me trataban muy bien de las cuales a una la consideraba una amiga. Además tan feas no debían ser, para final de ese año, estábamos todos muertos con Giannina, claro que no era algo que lo admitieramos públicamente.
Pese a la oposición de Agustín, la pasamos muy bien en el campamento y para cuando terminó eramos un gran grupo de amigos mixto. No dejamos nunca de sentirnos un grupo de losers, pero hacíamos nuestra vida y en teoría no teníamos nada que envidiarles a los populares. Digo en teoría porque al menos en lo que a varones respecta, nos seguían gustando más las chicas populares. Las chicas populares eran para nosotros algo así como estrellas de cine de las que bajas fotos de internet, algo sublime e inalcanzable. Las losers, eran las mujeres de carne y hueso a las que queríamos como personas y a quienes debíamos resignarnos a la hora de los noviazgos. Cuando alguien venía de afuera y nos decía “Che, 。Que lindas son sus amigas!” nosotros lo mandábamos al oculista, porque sin lugar a dudas no debía estar viendo bien.
Así pasaron los años del liceo, en especial cuarto año, donde vaya uno a saber porque, todos los losers quedamos en una misma clase y en otro piso de la clases de nuestra generación. Fue el paraíso y el infierno a la vez, muchos recreos ni siquiera salíamos del aula, total todos nuestros amigos estaban ahí. Al segundo o tercer día de clase, un amigo escribió en una hoja de cuadernola y lo colgó a manera de cartel “La clase de los parias”, todos festejamos el chiste, estábamos orgullosos de nuestra condición y de tener una clase para nosotros mismos. No pasaron más de dos horas para que aparecieran los adscriptos dándonos una charla de que este era un colegio católico y que en el cristianismo no hay parias. Muchos docentes tienen la curiosa teoría de que tapando el sol con la mano, no van a achicharrarse.
Llegó la fiesta de graduación y toda una generación se agarró una mamua de novela. Luego entré en la Facultad de Humanidades, creo que fue en el tercer semestre, justo la noche después de una clase de Teoría Literaria I que me desperté en seco con una pregunta en mi mente. “¿Qué carajo tenían las chicas populares que no tenían mis amigas?” Tras un rápido y objetivo análisis la respuesta fue contundente, nada.
De alguna forma los populares habían adquirido cierto poder a la hora de decidir quienes eran atractivas, dignas de ser deseadas y quienes no, poder que obviamente usaban a su favor. También existía una especie de policía estética de la que todos eramos agentes, si por alguna razón te gustaba una gurisa mal conceptuada, te ibas a sentir una especie de enfermo, de pervertido sexual y sino, los de más te lo iban a hacer sentir. Fue todo un esfuerzo conceptual poder enamorarnos incluso ennoviarnos con nuestras amigas losers sin sentirnos criminales por eso. No estoy diciendo que los populares hicieron en algún momento una conspiración para jodernos la vida al resto ni mucho menos. Solamente eran gente con más confianza en sí mismos y quizás más inteligencia a la hora de manejar su presencia, sin contar con que fue la manera en la que se dieron las cosas y vaya a uno a saber porque se dieron así las cosas.
Lo interesante es que tratándose de un grupo social bastante homogéneo, teníamos todos la misma edad, pertenecíamos al mismo extracto socio económico, vivíamos en su gran mayoría en un radio de veinte cuadras alrededor del colegio y compartiendo el mismo ideal de belleza femenina que nos imponen los medios de comunicación, nuestra percepción de la misma estaba afectada por cosas que objetivamente no tienen que ver con la belleza en sí ni con el ideal establecido que seguíamos sin cuestionar.
No me interesa lo que pasó hace diez años o más en un colegio privado de Pocitos de por sí, sino ejemplificar de forma sencilla como hay factores sociales que afectan nuestra percepción, aun cuando se trata de algo tan simple e inocente como si una compañera de liceo es linda o no. Para bien o para mal las cosas suelen ser un poco más complejas de lo que eran en mi liceo. Una cosa es cuando se trata de discernir lo linda que es una compañera de clase que a fin de cuentas, es una adolescente que lo que intenta es ser aceptada dentro de un grupo y pasarla lo mejor posible, otra es cuando estamos hablando sobre la calidad de una película, un libro o un disco en lo que puede haber muchísimo dinero en juego. No es lo mismo tampoco un grupo de chiquilinas que logran convencer al resto de la clase que son las más lindas, con un poco de confianza en sí mismas, inteligencia para arreglarse y mucho de suerte que un conjunto de actores culturales que pragmáticamente intentan imponer determinado género musical o forma de literatura. Una sociedad es a su vez un grupo bastante más heterogéneo que mi generación escolar, con diversos subgrupos con distintos ideales de belleza y concepciones de lo que es al arte y la cultura. ¿Qué pasa cuando desde el poder a determinadas minorías se les niega toda posibilidad de belleza o de creación artística? Estoy pensando por ejemplo en la ausencia de modelos negras que existía en el mundo de la moda hace veinte o treinta años atrás, pero también en la caracterización de determinadas manifestaciones artísticas como arte menor o de cuarta, por ejemplo la cumbia villera. Cuando un concurso literario se declara desierto porque las obras presentadas no llegan a un nivel mínimo, me genera sospechas, si realmente fue tan malo todo lo presentados o se trata de excelentes textos cuya calidad el jurado no es capaz o no quiere reconocer.
Mientras en mi liceo, la policía estética era cada uno de nosotros, consigo mismo y con sus compañeros, en el mundo de la cultura, existen quienes influyen en nuestro gusto ya sea porque tienen una enorme posición de poder para hacerlo o un saber ampliamente legitimado que nosotros no tenemos. A fin de cuentas, no era tan difícil discutirle a un amigo sobre la belleza de alguna compañera, pero andale a decir a la SONY Records que su nueva cantante pop en la que viene gastando millones de dolares en concepto de publicidad es una bosta, incluso en un nivel más pequeño, diganle a la encargada de la columna literaria en las revistas televisivas de la mañana que se deje de recomendar libros pelotudos. ¿Cuantos de ustedes se animaron a decirle a una profesora de literatura que era una porquería la obra que estaban dando? Como soy estudiante de la licenciatura en letras, la mayoría de mis amigos no me discuten cuando emito juicio sobre la calidad de tal o cual libro, salvo claro está mis compañeros de licenciatura, los que escriben y un par que siempre han sido sanamente descarados.
¿Existe entonces un concepto de belleza ya sea en una muchacha o en una obra artística que vaya más allá de estas cuestiones de poder y de los gustos de un determinado lugar y momento? Yo creo que sí, aún lo estoy buscando y posiblemente se me vaya toda la vida en eso, pero no por eso debemos ignorar que siempre están estas cuestiones en juego e influenciando en nuestros gustos.
Finalmente, si por alguna de esas casualidades de la vida, Agustín llegara a leer este blog. ¿Entendería mi punto o seguiría pensando que nuestras amigas eran feas y no había más vuelta que darle al asunto? Por lo pronto yo ya no me siento culpable cuando me descubro mirando a una compañera de facultad con algunos kilitos de más.

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