martes, 14 de junio de 2011

Tres borrachos


Los tres borrachos en cuestión con el Franchute, esta foto también es de Floresta, aunque de una salida más feliz.

- ¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta!

Gritabamos los tres a coro, intentando afinar y manteniendo a duras penas un patrón rítmico. Krosty hacía las veces de maestro de ceremonias.

-San Cayetano, te pedí una mano y no me la diste.

-¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta!

La rambla de la Floresta estaba desierta, a no ser por nosotros que blasfemábamos la noche con nuestros cantos. Hacía frío y viento como en cualquier lado de la costa uruguaya una vez que se ha retirado el verano.

-Santa Catalina, te pedí una mina y no me la diste.

-¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta!

Como trío deberíamos vernos bastante caricaturescos, Ciro el más alto y desgarbado de los tres, posiblemente el más borracho, caminando como si su altura conspirara para poder mantenerse en pie. Krosty y yo aproximadamente de la misma estatura y similar grado de ebriedad, aunque el alcohol nos despertara distintas facetas. Fue hace diez años, ya. Hacíamos lo que mejor podían hacer unos adolescentes conscientes de que se le está terminando la adolescencia. Unas horas antes, o quizás la noche anterior, Ciro y yo habíamos descubierto que no teníamos nada en común con el resto de nuestros amigos con los que habíamos ido a Floresta y cualquier excusa nos era buena para apartarnos e intentar alejarnos de los enormes conventillos que se estaban armando. Caía la noche cuando nos cruzamos con Krosty, había hecho un sorpresivo cambio de planes y decidió tomarse el fin de semana fuera de Montevideo. Más que como a un amigo lo recibimos como a un salvador, quien hizo que la salida valiera la pena.
Una casa me llamó la atención, quizás era que estuviera más alta que el resto o el caminito de piedra que invitaba a pasar. Llegué hasta la puerta y la señalé.

- Va... vamos a tocar timbre a... a ver si hay al... alguna mina que encare.

Quedamos un momento quietos, sin saber que hacer. Más que mano, fue la manopla de Krosty, embrutecida por el alcohol la que golpeó el timbre. Del otro lado se dejó oír la cacofónica respuesta. Nos miramos un instante y salimos corriendo, corrimos. Corrimos a más no poder, como aquella vez que saliendo de la casa del Negro nos persiguieron una manada de planchas por media Rambla Pocitos. Corrí, como unos meses antes lo había hecho borracho y desnudo frente a una cámara porque habíamos querido imitar un videclip de moda por aquellos tiempos. Corrimos y ya no importó la borrachera, el alcohol era el combustible que nos mantenía caliente las mejillas. Corrimos y nos olvidamos por un instante de la Floresta, el Franchute, el Queso Acevedo y el Coqui Giró. Corrimos y fue como que nuestros pie nos fueron despojando del suelo para elevarnos a otro lugar. Corrimos y había música por donde pisábamos.

1 comentario:

  1. Me gustó mucho,siempre está bueno hacer una parada en el pasado.Quizás sea buena idea atesorar los recuerdos de la adolescencia,guardarlos y de vez en cuando volver a abrirlos para que actuen como un bálsamo en medio de la locura adulta

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